domingo, 30 de octubre de 2016

Abraza-dos, tres, fin

Se abraza con las manos
se abraza con los pies
se abraza con el ombligo
con los codos, con los muslos
con las yemas, con las muelas
se abraza hasta con las rodillas
y es un abrazo de hondo
de clavada y chapuzón
más, a la ausencia
quién le abraza
y al abrazo
quién lo arraiga.

Imagen de Josephine Cardin

miércoles, 5 de octubre de 2016

Carta de una colombiana promedio pos-plebiscito

2 de octubre de 2016, fecha histórica, fecha imborrable.

El domingo 2 de octubre desperté con una sensación de serenidad, con el corazón tranquilo, casi que podía verse una sonrisa en él, sin entrar en sensibilidades, realmente me sentí colombiana, no por una representación artística o deportiva, me sentí orgullosa de pertenecer a un país que decidía cerrar la página de la guerra más larga del hemisferio, me encontré enormemente ansiosa por esperar a ver la cara de los campesinos a quienes les dirían luego de cinco décadas: ya es hora de volver a casa, y ni decir de los otros campesinos, esos a los que les disfrazaron de combatientes y de quienes el pueblo colombiano olvidó su origen, etiquetándolos de soldados defensores de patria por un lado, y por el otro, de terroristas asesinos.

Y es que, los colombianos y colombianas, padecemos de una enfermedad mortal, tal vez más dura que el cáncer o que esas enfermedades encubadas desde un laboratorio por las farmacéuticas para lucrarse a costa de nuestro cuerpo, se trata de la amnesia, mi país realmente se desmorona por olvidar.

Olvidamos todo y todos, pareciese que fuéramos felices viviendo en espiral, repitiendo los mismos caminos del laberinto, pisando las mismas tierras, regresando al inicio, jamás encontrando el final. Somos el más grande ejemplo de esa “sociedad líquida” que tanto mencionan en los estudios sociales, nos alimentamos del “espectáculo”, creemos todo lo que nos cuentan noticieros pagos por grandes grupos de millonarios, que no les basta con ser dueños de la mayoría del capital del país, sino que se adueñan del pensamiento y hasta nos dicen cómo debemos actuar y qué debemos sentir.

Así que, debí esperarlo, intuirlo… lo que sucedió el 2 de octubre del 2016 fue “una crónica de una muerte anunciada”, una que mi sentimentalismo ni siquiera se atrevía a sospechar, tal vez porque al igual que 6’377.482 (y más) colombianos me atreví a soñar.

Crecí en una ciudad muy pequeña del departamento de Boyacá, no puedo decir que viví en carne propia los horrores de la guerra, no despertaba cada madrugada con el sonido de las balas, ni con la luz en el cielo a causa de una explosión, tampoco crecí aterrada de esperar el momento en el que me arrebataran de mi hogar para ser obligada a armarme, ya fuera con la etiqueta de Ejército, Farc, ELN, EPL, AUC… mucho menos para ser violentada sexualmente en estos grupos por mi condición de ser mujer (porque esto no solo pasa en los grupos por fuera de la ley, en las instituciones de las Fuerzas Armadas hay cientos de mujeres que sufren violencia de género por parte de compañeros y superiores).

Mi infancia, fue tranquila, en una familia clase media, sabía que estábamos en guerra solo por lo que escuchaba a través de la radio o veía en televisión. Aparte de no poder vacacionar en ciertas zonas de mi país, porque mis padres me decían que era “zona roja”, no supe ni sé lo que es vivir en la guerra.
Y tal vez, esa es una de las fallas más grandes de la Democracia: preguntar a todos por algo que a decir verdad recae y viven solo unos pocos. Porque, no lo digo yo, lo demuestran los resultados del plebiscito, las zonas que menos han sufrido los estragos de la guerra decidieron por los que la viven día tras día.

La mayoría de las personas que votaron por el No, se refugian en el argumento de haber rechazado un documento con acuerdos “aparentemente injustos”, negando a toda costa el haber rechazado la paz. Y claro que es aceptable, son colombianos, al igual que la otra parte que pensamos diferente, y por supuesto, tienen voz y voto, pero, queda un gran desasosiego cuando esa voz, o por lo menos la que más resuena, se traduce en palabras peyorativas como: castrochavistas, izquierdosos comunistas, hasta señalados de homosexuales y pecadores.

¿Por qué Colombia le tema tanto a la izquierda? ¿Por qué rechazan tanto la igualdad de condiciones, no solo políticas sino hasta sexuales? No soy socióloga ni experta en Ciencias Políticas, así que perdonarán mi intromisión, son mis posturas, las de una colombiana destrozada por el odio que reina en su país, y es que, realmente se ha estigmatizado la ideología de izquierda a partir de situaciones como las de Venezuela y Cuba, sin siquiera conocer esa parte de la Historia, de por qué esos países optaron por ese cambio, y por qué ha fracasado, cuyo motivo no recae precisamente en la esencia de la Izquierda, sino en el ahorcamiento y el aislamiento económico, político, social, etc., a los que fueron y son sometidos por cierta porción del globo terráqueo a quienes no les conviene que se desmorone la estructura tan bien impuesta del capitalismo.

Aclaro, no me considero parte de ninguna de estas corrientes, no ahondaré en este tema, solo diré que es hasta paradójico que quienes más gritan la palabra “castrochavistas” sean personas trabajadoras, que al igual que a mí, nos cuesta ganarnos el dinero a costa de “grandes emporios” y nos lo gastamos en “necesidades y deseos” difundidos por estos mismos.

Y es aún más paradójico, pensar que en los años 50 nacieron las guerrillas, precisamente por esta estigmatización, por esta segregación de pensar diferente, por la prohibición a difundir abiertamente (que es un derecho) su ideología, el gobierno les acorraló y comenzaron los desaciertos de parte y parte, llegó el narcotráfico, las autodefensas y encontraron en estos conflictos un caldo de cultivo para volverse esta gran arena en la que nos hundimos por todos estos años.

Lo más confuso es que en las 297 páginas del acuerdo final para la terminación del conflicto con las FARC no encontré ni una sola vez la palabra, comunismo, socialismo, ni Venezuela o Chávez, tampoco homosexuales o impunidad. Lo más cercano fue que a lo largo de todo el documento se hace énfasis en la equidad de género y en las garantías para que todos, sin importar sexo, raza o religión puedan ser partícipes de las decisiones del país, que de hecho, no es otra cosa que un refuerzo a lo ya dicho en la Constitución de 1991, pero que a causa de nuestra amnesia, parecemos olvidar.

“Parece” que uno de los temas que más genera escozor (y digo parece, por lo que pude observar en el espacio digital y en uno que otro discurso, ya que no encontré un documento concreto y real en el que se expongan y desglosen punto por punto los acuerdos con los cuales no se sienten satisfechos los partidarios del NO, ni las estrategias propuestas para reconstruir estos acuerdos), es el de la ley de amnistía a guerrilleros que no hayan cometido crímenes de lesa humanidad, ni otros delitos definidos en el estatuto de Roma, pero, no sé si encontraron también el texto que dice que es una obligación de las partes “administrar justicia e investigar, esclarecer, perseguir y sancionar las graves violaciones a los derechos humanos y las graves infracciones al Derecho Internacional Humanitario”.

Existen muchos tópicos, además de este, que causan controversia, por los beneficios aparentemente otorgados a los guerrilleros que desean acogerse a este acuerdo, lo que no sé es si se ha tenido en cuenta que las Farc no fueron derrotadas, no es que hayan perdido la guerra, es que desean y han trabajado por llegar a un “acuerdo”, uno que les respete sus derechos, porque así les duela a muchos, ellos y ellas, también son colombianos, también son parte del Estado, y este también tiene obligaciones con ellos, más cuando desean dejar las armas y reincorporarse a una vida civil, pero, díganme ¿si no encuentran garantías, protección o un oficio del cual vivir luego de abandonar lo único que les enseñaron a hacer, lo único que han conocido a lo largo de sus vidas, entonces, qué se supone que hagan?  ¿cómo hacemos para apoyarlos en esta decisión? Muchos creen que los guerrilleros son máquinas con chips de asesinar y disparar, olvidamos (y viene de nuevo nuestra amnesia) que la mayoría son campesinos que crecieron en mitad del conflicto y que terminaron allí por rapto o porque también han visto los horrores cometidos por parte del Estado y las Fuerzas Armadas.

Así que, y básicamente es el motivo de estas letras, de este texto de desahogo, de dolor traducido a frases un tanto sueltas, me gustaría enormemente que quienes rechazaron los acuerdos de paz nos indiquen los puntos que desean modificar y cuál es su propuesta para que funcionen, nos den a los colombianos ideas claras, precisas, ejecutables, no por nosotros, no por demostrarnos nada a quienes sí apoyábamos los acuerdos, me refiero a los colombianos que aún están en mitad de la nada, en zonas de conflicto, o en grandes ciudades rogando misericordia en las calles con decenas de niños mendigando, a los niños que deberían alimentarse o estudiar o ser atendidos por un médico con el dinero invertido en la guerra, a esos colombianos que la incertidumbre por su futuro les está ahogando, y que oran y ruegan que no llegue el 31 de octubre, fecha límite para que se levante el cese al fuego.

Esto es una carrera contra reloj, es hora mis queridos amigos que saquen las cartas que tenían guardadas luego de esta votación, porque por cada día que pasamos debatiendo a través de computadores o grandes salas, es un día más que se acerca para el reinicio del conflicto armado, y somos responsables de cada muerto, cada secuestro, cada dolor que deje esta desafortunada polarización.

Y ya para terminar, solo como aclaración, el hecho de apoyar los acuerdos de paz no nos encierra en una burbuja “hippie”, de la cual no podemos salir y debemos quedarnos inertes frente a lo ocurrido, si bien es cierto que en casos aislados se llegaron a reacciones poco acertadas, también lo es que somos agentes políticos, tenemos el derecho y EL DEBER de manifestar nuestro rechazo a lo sucedido, nuestro dolor y desacuerdo, esto no es un partido de fútbol en el que se acepta una derrota y se es un “buen ganador”, esto es el PRESENTE Y FUTURO DE NUESTRO PAÍS, y TENEMOS TODO EL DERECHO DE PROTESTAR Y EXIGIR por UNA PRONTA SOLUCIÓN frente a la decisión que ustedes como mayoría tomaron por todos nosotros.

Cordialmente,
Lina Torres, casi 27 años de edad.

   
Ilustración de Sara Pachón. Tomada de Vice.com