jueves, 14 de diciembre de 2017

Insuficiente

Sentada junto al río, embarcaba relojes en naves desestructuradas de papel, de bolsillo, pared, mesa, péndulo, arena y hasta de figuras ridículas de cucú, todos terminaban en el deshuesadero de un horizonte plata.

Su liberación de tiempo era interrumpida siempre por la coloración rosa de los edificios, en ese justo instante en el que el sol y unos ojos cómplices jugueteaban a transformar los paisajes ya rotos del puerto.

Ese era su llamado, hora de zambullirse río abajo y dormir junto a la chatarra ya olvidada por las sombras oxidadas de una gran ciudad.

20 meses de desapego, casi un desdoblamiento satírico, en el que minuteros, segunderos y engranajes rotaban en una dulce canción de regreso y unos cuantos silencios.

Se acercaba por fin la hora del embarque, cuando en medio de su rutina filtrándose por las llaves oxidadas de las cañerías, viendo todo como espectadora de un paisaje ajeno quedó atrapada en un grifo de agua. Se sintió bien la serenidad, el no fluir, la calidez de un apego, así que por un par de semanas olvidó zambullirse en el río plata.

Solo por un instante de su alma líquida brotó un jardín, que al cabo de los días fue revestido por los relojes del deshuesadero, y de repente el tiempo comenzó a correr, y con él los miedos pesaron como yunques, y la dulce canción de regreso se tornó en zozobra, y en el grifo comenzó a disiparse, al despertar y encontrar en esa desdibujada flor una vía al fondo del puerto.

Un fondo con insuficientes besos, insuficientes caricias, insuficiente ser, insuficiente entrega, insuficientes mentiras, insuficiente en su inicio y en su fin, siempre lo sería, así se dejó caer, se embarcó y continuó fluyendo, la flor finalmente no llegó antes de partir, y la silueta del grifo se desdibujó en infinitas líneas de luz, hasta que de ella no quedaron sino burbujas que, con los segundos, no fueron más que un fin bajo el agua.



Ilustración por @adrian.borda.art