jueves, 28 de enero de 2016

Pos anonimato

Han pasado los días,
has dibujado en mí 156 sonrisas,
32 espirales con tus dedos
y un par de letras.

Tus besos llegaron en medio de las olas
ondulaciones de lágrimas de sombras
y ridículas historias.

Allí me encontraste,
en el vacío del desconocido,
en mitad de los corredores,
en las esquinas en las que me ocultaba.

Supongo que fue la magia de mis ojeras,
esas a las que ruborizas cada mañana
y que te hicieron saltar del risco.

Llegaste a la hora precisa
con el té indicado,
sonreíste y entendí que allí debía estar,
navegando en tu lengua rosa
y contemplando tus pupilas color mar.

miércoles, 27 de enero de 2016

El olvido del homo sapiens sapiens

Finales tristes
despedidas moribundas
con dolores imposibles de cargar
y con llantos insostenibles.

Y allí estamos, como unas varas de bambú
huecos dentro y destilando agua cuesta abajo.

El aire falta, y dentro se siente como una pared con humedad
que se desgrana poco a poco, que se agrieta con cada paso.
¿Cuántas veces hemos sentido la muerte en un adiós?
¿Cuántas veces hemos prometido no recaer en este vicio?

Pero aquí estamos de nuevo,
en el cierre de este ciclo,
un ciclo llamado amor,
un amor que parecía el real,
una realidad vivida en mitad de un sueño.

Siempre olvidamos que los sueños mueren
y que las promesas se desprenden como las pestañas.

Hay quienes olvidan tan fugaz como la vida de un efemeróptero,
hay quienes lo hacen a la par del nacimiento de un diamante,
pero, sin importar los números de noches,
los decibeles y reproducciones de nostálgicas canciones,
los escritos, los espacios prostitutos y los rezagos,
todos, en algún momento olvidamos y somos olvidados.

Y es que en la vida
‘todos pasamos…
todos somos amados…
todos nos convencemos de ser reales’…
Pero no existe verdad más cercana que el olvido.

Rama de un escrito propio de años atrás ¿Cómo ama el homo sapiens sapiens?

Imagen de Michal Zahornacky

domingo, 17 de enero de 2016

La inocencia del sadismo

Frente al fuego quemaba cada contorno de sus uñas, sus gritos se perdían entre el canto del viento que pegaba fuerte en la copa de los árboles, hojas en figuras triangulares danzaban en mitad de los sollozos y un aroma a madera seca y jazmín.

Lejos de un ritual de santería, aquella escena dibujaba un alto, un intento de vivir.

Ya era costumbre para ella jugar al desfibrilador, pero, como cada día, falló. Se tiró al suelo, cerca de una fractura de la tierra causada por las venas de una vieja jacaranda, escarbó y por un huequito las tocó con el dedo pulgar; fue difícil a causa del vendaje, consecuencia del día anterior en el que intentó hacer una cama con ventanales de una casa abandonada en las afueras de la ciudad.

Su piel rozó la sangre de aquel árbol, allí entendió que no iba a dejar jamás de intentar escuchar de nuevo los latidos de aquel músculo que se interpone entre las costillas, en donde ahora solo sentía cal, solo que ya era tiempo de abandonar al dolor como croquis, pues la belleza y perfección de un árbol lila le dio la respuesta: para sentirse vivo no solo es necesario recordar que no se está muerto.

(Parte de una creación propia de cuentos cortos, en proceso de un diseño digital).