sábado, 25 de agosto de 2012

Fin del ciclo distorsionado de un amor

Estaba allí, junto a las ruinas del ferrocarril, mientras yo le veía llorar. Vestía con ese pantalón a cuadros que tanto odié y sus zapatos marrón, tan grandes como las ventanas que solíamos visitar. Sus lágrimas caían tan lento que parecía un film casi poético, sólo que la musa no era yo, sino la mujer que se alejaba a través de la luz insoportable del medio día. Pensé en sonreír, por fin los cuadros se desteñían con la misma sal con la que se borró el color de mi espalda. La sequedad que invadió mis manos durante tanto tiempo se volvió casi desértica, ese patético cuadro no calmó nada, ni siquiera los lobos hambrientos  de mi sala. El cielo inició su fiesta de disfraces, el vestido naranja cayó sobre su rostro inerte. Estaba inmóvil, por un momento creí que había muerto, pero los cadáveres no lloran con frecuencia, tal vez en las madrugadas, pero nunca en la tarde con el ruido lejano de los cuervos. Sus ojos parecían mapas, con delgadas líneas que resaltaban lo rojizo de sus párpados. Temblaba, no de frío, el vacío también hace vibrar los huesos. Sostenía aún el libro sin cubierta en donde guardó la esencia de cada mujer que desnudó, la inocencia de su primer amor, la locura roquera de su quinta o tal vez décima víctima, y por supuesto, mi poesía. Era una hoja en blanco, insípida y común, que decidió pintar con la sangre de otros. Su cuerpo comenzó a endurecerse, y sus brazos se llenaron de hojas, cuando bajó la vista los pies ya habían pactado con la tierra, él ahora era un árbol, que yacía junto a mí, en el bosque del desamor. Todo había terminado, así que tomé la página de su libro y volví a la ciudad, tras largos meses de soledad.


1 comentario:

  1. Simplemente hermoso! hoy senti q te inspiraste en un capitulo de mi vida .... Señorita escritora :) Gracias por esas letras me encantaron realmente!!!

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